Capítulo 2º :YÁ-XUÉ ADOLESCENTE

Yá-Xué crece feliz entre las niñas de su pueblo . Su nodriza es como la madre que nunca conoció. La nodriza es una mujer bastante culta, ya que proviene de una familia de comerciantes chinos. Ella enseñó a Yá-Xué a leer, escribir, a tener un ágil manejo del ábaco, e incluso algo de astronomía y el uso de las plantas medicinales.

Físicamente Yá-Xué no se parece en nada a las demás niñas. Su cabello es rubio, sus ojos azules, su piel muy blanca y su constitución delicada en apariencia, pero sólo en apariencia, por que a partir de los seis años su padre comenzó a educarla como al hijo que nunca tuvo, enseñándole las artes marciales y ejercitándola con dureza. Su padre detesta la idea de que su hija se sienta indefensa ante nadie o ante nada.

Yá-Xué camina todos los días más de dos kilómetros para bañarse en un gélido rio de la estepa. Viste como un hombre, pero con ropas más suaves y delicadas. Por ejemplo : Sus camisas de seda las hace traer su padre del mismo Pekin; su calzado ( unos borceguíes con tiras de piel que se entrecruzan a lo largo de sus esbeltas piernas, rodeándolas hasta las rodillas ) lo hace traer cada año de Occidente.

A pesar de que su padre la trata con la severidad con que trataría a un varón,riñéndole y corrigiéndole siempre, Yá-Xué lo quiere y lo admira. Jamás le regaló un juguete, pero en cambio, cada noche antes de dormir le cuenta las historias más emocionantes que ella ha escuchado en su vida. No le regaló juguetes , es cierto, pero cuando Yá-Xué cumplió diez años, le trajo un hermoso corcel blanco enjaezado como para una reina. Ese día ella no lo olvidará jamás. Recordó el nombre que su padre había pensado ponerle de haber sido un chico : Yong-Kanc, y así llamó a su caballo. Al principio los pies no le llegaban a los estribos , pero no tardó en montar con soltura. Aunque Yá-Xué ama caminar, nadar, escalar montañas y estudiar la fauna y la flora del lugar, siempre tiene tiempo para dedicarlo a su caballo y dar largos paseos con él por la estepa.

La fama de la extraordinaria belleza de Yá-Xué  se extendió por todo Oriente. Muchos príncipes pretendían que fuese su mujer, pero su padre los despedía siempre con la escusa de que al ser su única hija, la necesitaba. En parte era cierto, ya que no podía imaginar su vida sin su hija; en parte era una razón falsísima, ya que no le faltaban mujeres que le sirvieran en todo momento. Sencillamente la veía joven para desposarla y demasiado valiosa para entregársela a ninguno de los que hasta ahora aspiraban a ser su yerno.

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